Esas manos grandes,
las que me sujetaron,
y los pies descalzos por los bancales de tu casa.
Conservo unas gafas tuyas en un cajón,
también una chaqueta verde con coderas.
Conservo tus ojos frente a un periódico,
y tu voz oscura,
la que me hacía dormir.
Ya no voy a peinarte más las ondas de tu pelo,
porque ya no estás,
se ha parado el tiempo en tu último abrazo.
Y yo todavía creo que sigues ahí sentado,
esperándome a que me suba en tus rodillas,
al paso, al trote, al galope...
en tus piernas tan fuertes,
tan íntegras como tu.
A Ramón, a mi abuelo.